Es preciso que observemos no sólo el día de la pasión, sino también el de la resurrección. En esto consiste el Triduo sacro, en el que Cristo padece, reposa en el sepulcro y resucita. 

(SAN AMBROSIO, Ep. 23,12-13). 

Llegamos a los días más importantes del año litúrgico, los que nos traen el recuerdo del misterio pascual de la bienaventurada pasión, muerte y resurrección de Cristo. Por este misterio, con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida (pref pasc. I). 

Estos días son considerados justamente como la culminación de todo el año dedicado a conmemorar y a actualizar la obra de la redención de los hombres y de la perfecta glorificación de Dios. 

La preeminencia que el domingo tiene en la semana, la tiene el santo Triduo pascual en el año litúrgico (cf. NUALC 18). 

Al iniciar el estudio y la reflexión sobre la liturgia del Triduo pascual, invitamos al lector a volver a leer el apartado 2 del capítulo dedicado al año litúrgico, cuando veíamos el puesto central que ocupa el misterio pascual en la celebración de los acontecimientos de la vida histórica de Jesús en el curso del año. 

Entonces hablamos del paso de la antigua Pascua a la nueva, recogiendo algunos testimonios, los más remotos que poseemos, acerca de la celebración pascual de los primeros siglos de la era cristiana. Sin duda que los datos más interesantes son los que hacen referencia ala famosa controversia del Siglo II Al hablar de la historia del Triduo pascual, debemos partir de esa época, de la que sabemos con certeza que hay ya un día que tiene el carácter de celebración anual de la Pascua del Señor.


Jueves Santo

La Misa vespertina in Cena Domini abre el Triduo Pascual. La Iglesia en Jerusalén conocía ya, en el siglo IV, una celebración eucarística conmemorativa de la Última Cena, y la institución del sacramento del sacrificio de la Cruz:

Al principio esta celebración se desarrollaba sobre el Gólgota, en la basílica del Martyrion, al pie de la Cruz, y no en el Cenáculo; hecho que confirma la íntima relación entre la celebración eucarística y el sacrificio de la Cruz.

Viernes Santo

El Viernes Santo conmemora la pasión y muerte del Señor. Dos documentos de venerable antigüedad (la Traditio Apostolica de San Hipólito y la Didaskalia Apostolorum, ambas del siglo III) testimonian como práctica común entre los cristianos el gran ayuno del viernes y sábado previos a la Vigilia Pascual.

Sin embargo, habrá que esperar hasta finales del siglo IV d.C. para encontrar, en Jerusalén, las primeras celebraciones litúrgicas de la Pasión del Señor: se trataba de una jornada dedicada íntegramente a la oración itinerante; los fieles acudían del Cenáculo (donde se veneraba la columna de la flagelación) al Gólgota, donde el obispo presentaba el madero de la Cruz. Durante las estaciones se leían profecías y evangelios de la Pasión, se cantaban salmos y se recitaban oraciones.

Los testimonios más antiguos de una liturgia de Viernes Santo en Roma proceden del siglo VII. Manifiestan dos tradiciones distintas, y nos han llegado a través del Sacramentario Gelasiano (oficio presbiteral con veneración de la cruz, liturgia de la palabra y comunión con los presantificados) y el Sacramentario Gregoriano (liturgia papal, limitada a lecturas bíblicas y plegaria universal).

Sábado Santo

En los primeros siglos de historia de la Iglesia, el Sábado Santo se caracterizaba por ser un día de ayuno absoluto, previo a la celebración de las fiestas pascuales. Pero a partir del siglo XVI, con la anticipación de la Vigilia a la mañana del sábado, el significado litúrgico del día quedó completamente oscurecido hasta que las sucesivas reformas de nuestro siglo le han devuelto su originaria significación. El Sábado Santo debe ser para los fieles un día de intensa oración, acompañando a Jesús en el silencio del sepulcro.

Vigilia Pascual

La celebración litúrgica de la Pascua del Señor se encuentra en los orígenes mismos del culto cristiano. Desde la generación apostólica, los cristianos conmemoraron semanalmente la Resurrección de Cristo por medio de la asamblea eucarística dominical.

Además, ya en el siglo II la Iglesia celebra una fiesta específica como memoria actual de la Pascua de Cristo, aunque las distintas tradiciones subrayen uno u otro contenido pascual: Pascua-Pasión (se celebraba el 14 de Nisán, según el calendario lunar judío, y acentuaba el hecho histórico de la Cruz) y Pascua-Glorificación, que, privilegiando la Resurrección del Señor, se celebraba el domingo posterior al 14 de Nisán, día de la Resurrección de Cristo. Esta última práctica se impuso en la Iglesia desde comienzos del siglo III.