No podemos ser como nómadas, deambulando sin un hogar o una comunidad donde arraigarnos y fortalecernos en la fe. La Iglesia es nuestra madre, y es en ella donde encontramos el sustento espiritual, la comunión y la guía doctrinal que nos mantienen firmes y unidos en Cristo. Evangelizar, anunciar el amor y la salvación de Dios, no es una tarea aislada, sino una misión que debemos vivir en comunión, en unión con la Iglesia y bajo su protección.
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y al permanecer en ella, estamos en comunión con todos los santos y con el mismo Señor, quien es la Cabeza. Al igual que los primeros discípulos, que permanecieron unidos en la oración y en la enseñanza de los apóstoles, nosotros también necesitamos esa unión, esa estabilidad y apoyo. Si intentáramos ser misioneros sin el respaldo de nuestra Iglesia, podríamos desviarnos o cansarnos rápidamente, pues es en la Iglesia donde encontramos los sacramentos, la gracia y la comunidad que alimentan nuestra misión.
Por esta razón trabajamos directamente de la mano con la Santa Iglesia Católica.
San Pablo también nos enseña que cada miembro tiene un papel en el Cuerpo de Cristo, y cada uno necesita de los demás para cumplir su misión. La Iglesia es como un hogar espiritual, donde somos fortalecidos en la Eucaristía y en los otros sacramentos, donde recibimos instrucción y corrección, y donde nos inspiramos con el ejemplo de los santos. Así, podemos salir a evangelizar con el respaldo y la gracia que sólo la Iglesia puede darnos.