Les voy a contar un caso que me sucedió hace algún tiempo. Un día se murió un amigo mío que en cuanto a religión no era ni chicha ni limonada, unas veces iba a misa y otras iba al culto de los evangélicos.

Cuando murió, los evangélicos lo velaron con muchos cantos y alabanzas, y al día siguiente lo llevaron al cementerio. Como era amigo mío, quise ir al cementerio a orar por él. Una vez allá, le pregunté al pastor, si me dejaba hacerle un responso, y me contestó: «El finado era oveja de nuestro rebaño y nosotros no les rezamos a los muertos porque a estas alturas de nada le sirven las oraciones».

Total que no me permitieron rezarle el responso y tuve que contentarme con orar en silencio. La Biblia nos dice que después de la muerte viene el juicio:

«Está establecido que los hombres mueran una sola vez y luego viene el juicio» (Hebr. 9, 27).

Después de la muerte viene el juicio particular donde «cada uno recibe conforme a lo que hizo durante su vida mortal» (2 Cor. 5, 10).

Al fin del mundo tendrá lugar el «juicio universal» en el que Cristo vendrá en gloria y majestad a juzgar a los pueblos y naciones.

Aquí surge espontánea una pregunta cuya respuesta es muy iluminadora.

¿Para qué estamos en este mundo?

Estamos en este mundo para conocer, amar y servir a Dios y, mediante esto, salvar nuestra alma. Dios nos coloca en este mundo para que colaboremos con El en la obra de la creación, siendo cuidadores de este «jardín terrenal» y para que cuidemos también de los hombres nuestros hermanos, especialmente de aquellos que quizás no han recibido tantos dones y «talentos» como nosotros. Este es el fin de la vida de cada hombre: Amar a Dios sobre todas las cosas y salvar nuestra alma por toda la eternidad.

¿Qué acontece, entonces, con los que mueren? 

Ya lo dijimos: Los que mueren en gracia de Dios se salvan. Van directamente al cielo. Los que rechazan a Dios como Creador y a Jesús como Salvador durante esta vida y mueren en pecado mortal se condenan. Los católicos creemos en el Purgatorio. Según nuestra fe católica, el Purgatorio es el lugar o estado por medio del cual, en atención a los méritos de Cristo, se purifican las almas de los que han muerto en gracia de Dios, pero que aún no han satisfecho plenamente por sus pecados. El Purgatorio no es un estado definitivo sino temporal. Y van allá sólo aquellos que al morir no están plenamente purificados de las impurezas del pecado.