DOMINGO SÉPTIMO ORDINARIO – CICLO ‘C’.
 1Sm 26,2.7-9.12-13.22.23; 1Co15,45-49; Lc 6,27-38.

Las exigencias del Evangelio de hoy nos muestran claramente que estamos muy lejos de las expectativas de Jesús sobre los cristianos, sus discípulos: ‘Amar a los enemigos, bendecir a quienes nos maldicen’. Son actitudes que implican tener la mente y el corazón de Cristo. Implican que nuestra autoestima se basa en que el Dios todopoderoso nos ama y se hace cargo de nuestra victoria final de tal manera, que nosotros podemos despreocuparnos totalmente de nosotros mismos y de lo que otros piensan o digan de nosotros, para tener en mente solo una cosa: la causa de Jesús.
 Las palabras de Jesús son difíciles, pero son coherentes: amar a quienes nos aman no tiene nada de extraordinario. Eso lo hacen todos. Lo específico y original del amor cristiano comienza más allá: comienza con el perdón. Tenemos mucho camino que recorrer en esta dirección.

“Den y se les dará, perdonen y serán perdonados”, significa exactamente eso, que se nos dará si damos, y se nos perdonará si perdonamos; ya que seremos medidos con la misma medida con que nosotros midamos a los demás.
Jesús nos da un ejemplo de todo esto cuando en el Sanedrín, el Jueves Santo, uno de los presentes le dio un bofetón y Jesús le contesta: ‘Si hice algo mal, muéstrame en qué. Y si no, ¿por qué me pegas?’. Reacciona con perdón, y con un mensaje a la conciencia.

La primera lectura de hoy nos ofrece otro bello ejemplo. El rey Saúl tiene envidia de David porque su hazaña con Goliat y otras sucesivas victorias, lo ha hecho más popular que a él mismo que es el rey. Por eso Saúl lo quiere matar. David huye y Saúl lo persigue. Cuando anochece, Saúl y su ejército acampan al raso y se quedan dormidos. David lo ha visto desde su escondite. Su ayudante Abisaí le insinúa: ‘Es la ocasión de vengarte matando a tu enemigo. ‘No lo mataré –afirma David-, es el ungido del Señor.’

Lo que hizo David fue acercarse cauteloso y tomar la lanza del rey. Luego, desde una distancia prudente, grita: ‘Rey Saúl, aquí está tu lanza, tu ejército no te protege’. Y luego añade: ‘¿Por qué me persigues, si soy inocente?’ Al comprende Saúl que David había tenido ocasión de matarle, pero le había perdonado la vida, desistió de perseguir a David y regreso a su palacio. Es un magnífico ejemplo de victoria no-violenta. Funciona el perdón y el mensaje a la conciencia.

David, igual que Jesús, perdona a su enemigo y le deja el juicio a Dios. Pero tanto Jesús como David no se quedan callados, sino que dejan un mensaje sembrado en las conciencias de sus agresores: ‘Si no hice nada malo, ¿por que me hieres? Si soy inocente, ¿por qué quieres matarme?’ Es un mensaje a la conciencia, hecho con amor, sin arrogancia.

Padre Luis Corral